El matador de toros de Lorca queda fascinado tanto por su estética, como por su función didáctica
Paco Ureña es un torero en peligro de extinción. Su filosofía, exenta de intereses y repleta de valores, es afrontar la vida jugando con la muerte, siempre por el camino de la pureza y la autenticidad. Con libertad para elegir y ser dueño de su destino, pese a que ello le lleve a nadar contracorriente como un antisistema que solo encuentra piedras en el camino.
Esa doctrina, que es su manera de entender los toros y la vida misma, es la que le ha llevado a interesarse por el proyecto de Satine, el Museu del Bou de Burriana, una iniciativa que, pese a las dificultades burocráticas que ralentizan su apertura, ha adquirido una categoría que le hace seguir en su búsqueda por ensalzar la tauromaquia en este espacio único, cargado de arte, historia, emociones y conocimientos.
Paco Ureña, que acudió a la llamada de los grandes tesoros de la tauromaquia que aguarda el museo, descubrió otras riquezas: el amor por el toro y la fiesta de manera desinteresada, la pasión por la esencia, la búsqueda de lo auténtico, el compromiso con la tauromaquia y con el público. Valores que él mismo desprende de su arte cuando, cada tarde, le da a elegir a los toros entre su vida o la gloria.
Hay tantos puntos en común entre el torero de Lorca y este museo que Satine le dedicará un espacio. Es su verdad desnuda y sinceridad frente a los toros, su valor sereno de corazón templado y alma sensible, lo que ha cautivado al aficionado, que es a quien va dirigido el museo y al que hay que satisfacer ensalzando a toreros como él, al igual que tienen sus zonas reservadas otros diestros, cuya entrega en el ruedo está más que demostrada, como Paquirri, El Soro, El Litri, El Cordobés, Manolete, Belmonte, Joselito… y ahora Ureña.
Sometido al precio de la independencia, su carrera es cada año un volver a empezar. «Hay que aprender a ser yunque para cuando pueda ser martillo», una reflexión que se le quedó grabada de Paquirri y que sacó a relucir mientras contemplaba los dos toros de la trágica tarde de Pozoblanco. Se da la circunstancia de que uno de los toreros con quien más toreó Paquirri fue con el albacetense Dámaso González, su suegro, padre de su mujer, Elena González, queacompañó al diestro en la visita al igual que su apoderado, Juan Diego.
Ureña no es un torero sumiso a las garras de las empresas. Por eso vio con veneración el capote de paseo de El Cordobés padre, aquel torero que obligó a los empresarios más importantes a firmar los contratos en una almohada. Un torero de época, como lo fue Juan Belmonte, de quien contemplaba con admiración un traje de luces con el que tantas tardes se jugó la vida este trianero que, cada faena suya, era como apretar el gatillo en la ruleta rusa. Como Ureña hace cada tarde que se viste de luces, con una entrega sincera, absoluta y transparente, ya sea en una capital o en pueblo, a plaza llena o no.
Se detuvo especialmente en los estoques de Manolete y al tocar su acero, su cara se iluminó consciente de tener entre sus manos una parte fundamental de la historia. También en los vestidos de El Soro o Litri, toreros que, como él, gozaron del calor popular. Porque a Ureña lo demanda la afición por su honradez y entrega, una honradez que no gusta a los empresarios y una entrega en la plaza que incomoda a sus compañeros. Pese a ello, este jueves se anunció que estará dos tardes en la Feria de Fallas de València, plaza en la que ha sido triunfador durante tres años de su ciclo de julio.
El camino de la independencia no es el más rápido ni el más fácil, pero sí el más satisfactorio, sin trampas, el que sigue con férrea convicción y arraigada fidelidad, sin desviarse. Eso le da tranquilidad y felicidad, sensaciones que también sintieron los responsables del Museu del Bou al comprobar que una figura del toreo de su talla y con tantos valores quedó fascinado con este proyecto e ilusionado con formar parte de él.