Un 26 de septiembre de 1984, Paquirri pasó a convertirse en leyenda. El toro “Avispado”, de la ganadería de Sayalero y Bandrés, acabó con su vida en la plaza de toros de Pozoblanco. Su pundonor, su garra y su hombría frente al toro le hicieron pasar a la historia de los más grandes. La muerte le convirtió en eterno. Es un colofón que elige a determinados grandes para ser más grandes todavía y escapar del olvido. El propio Juan Belmonte lo advirtió cuando aseguró que José le había ganado definitivamente la partida en Talavera.
Desde aquella fatídica tarde, determinados sucesos que ocurrieron después hicieron que se hablara de la maldición de Pozoblanco. El prematuro adiós de Yiyo un año después, el asesinato del ganadero o la eterna lesión de rodilla de El Soro dieron motivos para ello.
En el espacio dedicado a Paquirri se encuentran las dos cabezas de toro del lote que le tocó en “suerte” al torero de Barbate aquella tarde de Pozoblanco, con documentos que lo atestiguan. Ambas estuvieron durante muchos años en el Museo de la Tragedia de Gelves. Junto a Avispado se encuentra Mosquetero, el toro que abrió plaza aquella funesta tarde y que acabaría siendo el último que mataría Paquirri en su vida.