La hora tradicional, sobre todo en épocas no estivales, para el inicio de una corrida de toros es las cinco de la tarde. Solo cabe recordar el poema de Federico García Lorca “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” (1935), cuando dice A las cinco de la tarde. Eran las cinco en punto de la tarde… Lo demás era muerte y sólo muerte a las cinco de la tarde…”.
Cada plaza de toros está presidida por un reloj que todo el público puede ver. Cuando la varilla marca las cinco de la tarde, con puntualidad el presidente saca el pañuelo blanco, suenan clarines y timbales, los alguacilillos hacen el despeje de plaza y comienza el paseíllo, con el que se inicia la corrida de toros.
Pero antes de todo ello, los toreros deben cumplir un ritual muy sagrado: pasar por la capilla, vestidos de toreros y con su cuadrilla, para encomendarse a Dios y pedir protección. De hecho, la frase “estar en capilla” representa la imagen de quien se prepara de ánimo y de mente, muy concentrado y aislado de cuanto le rodea, antes de afrontar un reto o una prueba pendiente del destino.