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Manuel Rodríguez “Manolete” fue una de las grandes figuras de la historia del toreo. Supone un pilar indispensable en la tauromaquia moderna, pues con él se dio un gran paso en la evolución del toreo del siglo XX. Fue un mito que marcó una época, dentro y fuera de los ruedos. 

El 28 de agosto, Linares iba a marcar para siempre la historia del toreo. Islero, el cuarto toro de la tarde de la ganadería de Miura, le infirió una cornada mortal en la ingle en el mismo momento en el que Manolete hundía su espada por el mismo hoyo de las agujas con la lentitud y perfección con la que siempre hacía esta suerte. Nació así un mito y una leyenda.

Uno de los símbolos de la taurmaquia de Manolete, su estoque, que bien podría ser el que acabó con la vida de Islero en Linares, se encuentra en el Museu del Bou, junto a un descabello y el fundón de espadas que acompañó al Monstruo a lo largo de su carrera. 

Simbolismo en la tauromaquia

 

La tauromaquia está considerada como la Fiesta Nacional, debido a su arraigo popular en todo el territorio español y por considerarse una de las celebraciones más antiguas y reconocibles de cuantas existen en España. La fiesta taurina es sin duda lo que más identifica a los españoles más allá de nuestras fronteras. 

Por eso, es evidente que numerosos elementos y características que engloban este arte hagan referencia a España y sobre todo a su bandera. ¿Qué hay si no más español que los toros? 

Hay elementos en una plaza de toros que hacen referencia a ese arraigo nacional. Lo más visible, cuando entramos en un coso, son las banderas, que ondean en las balconadas y que incluso, según su colocación indican el tipo de festejo que se está celebrando, y sobre todo el color de las barreras del callejón, pintadas como la bandera española. 

Muchas veces en los toros se escucha un ¡Viva España! El más silencioso y más efectivo a la vez tuvo lugar el 18 de octubre de 1936 en la Maestranza de Sevilla –la guerra civil recién estallada-, en una corrida patriótica a beneficio del ejército nacional y presidida por el general Queipo de Llano. En ella intervenía, entre otros, el diestro Manolo Bienvenida, que tuvo la ocurrencia de rotular su muleta con esta frase. 

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